El totalitarismo, la economía y el ciudadano
El gobierno cubano, por el modelo totalitario que implantó y por su falta de voluntad política, está imposibilitado de solucionar los graves problemas que este creó, lo cual anuncia su colapso. La idea de que con la recuperación económica todo quedará resuelto, ignora la existencia de otros factores con tanto o mayor peso que la economía.
En 1898, al culminar la Guerra de Independencia, Cuba estaba en una situación parecida a la actual. Cincuenta años después ya estaba ubicada en el pelotón de naciones con mayor crecimiento económico en la región. Sin embargo, retrocedimos hasta competir en miseria con Haití, el país de menor desarrollo. El hecho encierra una enseñanza: la economía es importante, pero no es lo único determinante.
El concepto de ciudadano designa al sujeto de derechos y deberes, que participa en los destinos de su nación sin más autorización que las emanadas de las leyes. Los cubanos, frustrados y agobiados por la sobrevivencia, perdimos esa condición que induce a participar activamente en los asuntos políticos.
El generalísimo Máximo Gómez, aquel dominicano que dedicó treinta años de su vida a la lucha por la independencia de esta Isla, una vez firmado el Pacto del Zanjón, antes de abandonar tierra cubana, viajó a Santiago de Cuba para despedirse de sus amigos orientales. Al desembarcar en puerto santiaguero, el 14 de febrero de 1878, vivió la siguiente experiencia: «(…) la curiosidad del pueblo era tal que la marina estuvo llena casi completamente de curiosos por algunas horas; triste y dolorosa impresión me causó la vista de aquellas masas, allí había más de tres mil hombres útiles para las armas; allí estaban sordos como hacía ya nueve años a la voz del patriotismo y sólo una curiosidad pueril les traía a vernos […] y no pude menos de exclamar volviéndome hacia mis compañeros: Cuba no puede ser libre».
Por esas razones, de antes y de ahora, la reconversión de los cubanos en ciudadanos es una premisa para que los cambios venideros se reviertan en progreso y bienestar. Se trata de un asunto de propósito tan difícil que, iniciado desde la primera mitad del siglo XIX, aún está pendiente de realización.
El padre Félix Varela, convencido de que el civismo constituía una premisa para alcanzar la independencia, eligió la educación como necesidad para la liberación. En 1821, al inaugurar la Cátedra de Constitución del Seminario San Carlos, la bautizó como «institución de la libertad y de los derechos del hombre», y en las «Cartas a Elpidio» expuso la necesidad de ejercitar la virtud, la fuerza y la fortaleza, como medios de reafirmar un valor, un ideal moral.
José Martí brindó especial atención a la formación de virtudes cívicas, e insistía en que en la guerra debían estar presentes los gérmenes de la democracia para arribar a una república con todos y para el bien de todos. Enrique José Varona, en «Mis consejos», se quejaba de que la República había entrado en crisis, porque gran número de ciudadanos creyeron que podían desentenderse de los asuntos públicos. Y Fernando Ortiz, en «La crisis política cubana: sus causas y sus remedios», planteó la falta de preparación histórica del pueblo cubano para el ejercicio de los derechos políticos.
La política es una dimensión humana cuya función rebasa al Estado para incluir a la sociedad civil y al ciudadano. No es, por tanto, un coto privado de los gobernantes, algo que el filósofo griego Aristóteles condensó en una frase: «todos somos por naturaleza entes políticos».
La definición de política deriva del término polis con el que los antiguos griegos designaban a la ciudad. Dicho término está relacionado desde su origen con las actividades públicas, constituye instrumento idóneo de participación en el destino de las comunidades y/o naciones, y mediante su ejercicio las personas se convierten en agentes activos, a la vez que entorpecen el intento de los gobiernos de legitimarse de espaldas al pueblo y emplear el poder para sus fines.
Como el simple cambio de personas, gobiernos y sistemas es insuficiente para la democracia y el progreso; ante el inevitable cambio que se avecina en Cuba es imperativa la necesidad de desentrañar los factores que nos condujeron al pasado.
En «La crisis política cubana: sus causas y sus remedios» ―publicado en El Heraldo de Cuba el 23 de junio de 1919―, el destacado pensador, etnólogo e historiador Fernando Ortiz delimitó un conjunto de factores negativos que hoy conservan su validez:
1. la falta de preparación histórica del pueblo cubano para el ejercicio de los derechos políticos;
2. una cultura deficiente en las clases directoras que impide refrenar sus egoísmos;
3. la impulsividad, una debilidad psicológica del carácter cubano que nos lleva con frecuencia a actuaciones intensas, pero rápidas, precipitadas, impremeditadas y violentas;
4. y el pesimismo criollo, que hace pensar al pueblo que la lucha contra esos males es estéril.
Esos males, señalados por Máximo Gómez y analizados por Ortiz, explican por qué la sociedad cubana no fue capaz de impedir que el giro del proceso revolucionario de 1959 derivara hacia el totalitarismo.
Los persistentes intentos iniciados por Hugo Chávez y continuados por Nicolás Maduro en Venezuela, dirigidos a instalar un régimen a imagen y semejanza del instaurado en Cuba, fracasaron. Chávez se propuso transitar desde las urnas a la dictadura totalitaria. Su error consistió en no comprender que el uso de mecanismos democráticos ―como las elecciones, referendos y plebiscitos―, implica que los pueblos aprenden a utilizarlos para el empoderamiento ciudadano. Precisamente por ello, en 2024 su sucesor, Nicolás Maduro, perdió las elecciones de forma tan abrumadora que no pudo siquiera mostrar los resultados, mientras el civismo ciudadano, desafiando la represión y desarrollando iniciativas, se impuso.
Ante la derrota, Maduro tuvo que quitarse la careta y retomar lo que había adelantado en vísperas de las elecciones parlamentarias de 2015, cuando afirmó que si perdía: «Pasaría a gobernar con el pueblo en unión cívico militar»; es decir, como una dictadura sin rodeos, pero sin legitimidad dentro o fuera de sus fronteras, lo cual le brinda mayor fuerza y apoyo internacional a los venezolanos hasta que logren desalojar de forma definitiva a ese gobierno de facto. Tal lección es válida para los cubanos, que carecemos de la condición de ciudadanos.
Parafraseando el concepto de acción afirmativa, que en otras latitudes define las leyes y proyectos encaminados a la inserción social de sectores preteridos, en Cuba se impone una acción educativa dirigida al rescate del ciudadano, para ahora y para después. Como bien afirmara Ortiz, los pueblos grandes eran aquellos también grandes en virtudes cívicas.
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.